Gárgolas insomnes

Julio 31 de 2010

Misantropía

Para Einstein, valga el lugar común, hay dos cosas infinitas: el universo y la estupidez humana, aunque de la primera no estaba seguro. Para mí, en cambio, la estupidez humana es más grande que el universo.

No existe peor depredador que el humano; su vocación destructiva puede más que la naturaleza en sustantivo: la corrompe, como suelen hacer los corruptos; arrasa con bosques y selvas; extermina especies enteras de animales y vegetales, y con cada una, desaparece todo un sistema ecológico; envenena el aire y el agua; eleva el nivel del mar sobre la tierra, cuya extensión empequeñece, al derretir el hielo polar con el calentamiento de la atmósfera. No obstante, nos creemos superiores al resto de los seres vivientes: a diferencia suya, la nuestra es una especie racional, civilizada... Of course! Tan racionales y civilizados somos que, desde hace décadas, la capacidad bélica del mundo industrializado es suficiente para borrar todo vestigio de vida en el planeta cuatro veces o más, por si en la primera hecatombe sobrevive una cucaracha, al cabo también hemos alcanzado suficiente automatización como para prescindir de nosotros mismos, o sea, sustituirnos.

Toda la fauna contamina con mierda y sus propios cadáveres, pero ningún animal "irracional" produce más contaminación y mucho menos como el humano: en magnitud que supera su "preservación", como concibe la constante multiplicación de seres hereditarios, reproducción cada vez mayor en cantidad y menor en calidad, cada vez más alienígena su condición mutante, asimilada generacionalmente al medio ambiente que desangra para poblarlo como parásito, habitarlo en guerra de progresiva invasión, colonizarlo como un país a otro, para edificar una "civilización" sobre las ruinas de lo que pudo ser su casa y dejar de existir al mismo tiempo, en un futuro cada vez más presente, que de tan cercano resulta imposible vislumbrar, al menos por gente de visión escasa, la más ordinaria, mayoritaria. La naturaleza de la humanidad, en vez de adaptarse a la del planeta, lo destruye y se adapta más bien a sus restos mortales y la destrucción. Entre todas las posibilidades existentes de vida, ninguna otra produce tanta muerte y enfermedad en masa descendente como para que su hábitad deje de ser habitable y como si tuviéramos a donde mudarnos una vez acabado el espacio que nos queda.

Ningún otro animal requiere, ni por asomo, de fábricas ostensiblemente contaminantes del aire, la tierra y el agua, fábricas de basura en abundancia; tampoco de grandes vehículos para su transporte o vehículos pequeños en grandes cantidades, que también son fábricas de ruido y emanaciones tóxicas. Nomás el humano transforma un río de peces en uno de coches (el síndrome de Río Churubusco). Ningún otro animal fuma, vicio paradigmático de la imbecilidad sin límites, al menos por su voluntad; producir humo en la boca y arrojarlo al aire de todos es un "derecho humano". En la ciudad, fauna y flora respiran por obligación el asesino tufo de la gente, el que produce por "necesidad" y el que agrega por "gusto", como llaman los adictos a su adicción. Ni entre todas las demás especies pueden hacer del mundo un basurero y del basurero un mundo como hace la gente cotidiana y tranquilamente; ni todas juntas hacen tanto como cuanto deshace la gente: deshechos orgánicos -un mar de mierda, sobre todo- y no orgánicos ni biológicamente "degradables", es decir, asimilables como fertilizante y abono en la composta por la madre tierra; lo que se degrada es más bien la inteligencia de seres tan estúpidos que requieren de plástico para todo.

"Muy humano", en el demagógico lenguaje del humanismo callejero, es el límite que nos identifica, pero no distingue a nuestra especie de la supuesta inferioridad animal; característica y exclusiva de la pretendida superioridad humana es la guerra entre nosotros y contra otros, a veces por diversión, la tortura de seres indefensos, la tiranía y pueblos que no tienen más que hambre y miseria por la perpetuación y el crecimiento mundial de asimetrías y desigualdades económicas y sociales. En los hechos, si algo es propio de la especie humana en comparación con la otredad viviente es nuestra destructividad, el desastre concebido como normalidad, el exterminio de las demás formas de vida en aras de la construcción de cementerios poblados por autómatas que obedecen a las máquinas, metrópolis en donde respirar es un suicidio y salir a la calle, eutanasia. Según la noción humanista de bolsillo, ignorancia inducida por los dueños del mundo a través de la televisión, ecocidio no es asesinato sistemático del sistema ecológico en turno, sino el nacimiento de nueva naturaleza llamada progreso, la prioridad del asfalto sobre los árboles y de los coches sobre los peatones, pues caminar es cada vez menos humano; efecto colateral de la modernidad es su dependencia crónica del petróleo, cuyo principal derivado es la barbarie imperialista, el genocidio como efecto secundario del efecto colateral, mal necesario, la eliminación de una civilización antigua por una "moderna", basada en la cultura bélica (si acaso es cultura tal demencia), la del poder por la fuerza bruta, la de vencer en vez de convencer, la que siembra Hiroshima y Nagasaki, 200 guerras en un siglo, y cosecha su 11 de Septiembre, una de kamikaze por las que van de medallas al mérito de la destrucción masiva.

Muy humano es el júbilo de un público embrutecido, como en el antiguo circo romano, por la carnicería llamada fiesta brava o tauromaquia, por el espectáculo también sanguinario que son las peleas de perros y de gallos, y por la cacería como "deporte" de potentados y magnates que lo mismo barren con extensas reservas de la biosfera, pobladas por especies de flora y fauna en peligro de extinción, para jugar golf. ¿Qué otro animal es capaz de semejante atrocidad? Solo al más irracional divierte y causa placer el video snuff, o la prostitución y la pornografía infantiles, como los clubes de "ruleta rusa", entre otros juegos clandestinos de apuestas para ludópatas y pedófilos pederastas en negocios tan sórdidos y criminales como el tráfico de órganos humanos. ¿Qué podíamos esperar de un ser viviente que se alimenta de cadáveres, que viste de cadáveres, a veces nomás de adorno, y adorna también sus paredes de cadáveres como trofeos? ¿Qué podíamos esperar de una clase de vida que produce bienes de consumo a cambio de males que nos consumen: la explotación de minorías a mayorías, la apropiación del producto del trabajo por el capital vampiro?

Según Serrat, la humanidad es "el alimento que engorda la ciudad". Según yo, es más bien una plaga que infesta cuanto puede con sus turbas de pasiones patrioteras y futboleras, fanatismos religiosos y otras formas de fundamentalismo, ambientes enfermos en donde gobierna el miedo porque abunda la debilidad mental, la desconfianza paranoica y la histeria colectiva, nada más propicio para linchamientos y expulsiones; la humanidad es una epidemia que asola el planeta con su cauda escandalosa y pestilente, su rastro de humos y gases, de basura personal en cantidades industriales, moscas y cucarachas, ratas y ratones, gatos que hurgan y pergoñan las noches de tiraderos en plena calle, perros enanos que sirven para ladrar agudo en casas y edificios, además de cagar en la vía pública y dejar allí su mierda; la humanidad es un virus que urge erradicar...

Si Marx y Engels aspiraban a que desapareciera definitivamente la familia como unitaria institución de una sociedad patriarcal basada en relaciones opresivas, yo sueño con la desaparición de la humanidad como ha sido hasta hoy: con menos obras que sobras en este proceso involutivo, y demasiada infelicidad para los demás por su egoísmo, estulticia que anda suelta y es la suma de todos los egoísmos, así que ni un ápice de respeto conoce; todos pagamos en especie su mediocridad y pequeñez todos los días de avasallante soledad y miseria humana.

¡Por amor a la vida, odio a la humanidad!

[] Iván Rincón 9:45 PM

Yo quisiera ser civilizado como los árboles

Julio 16 de 2010

Sensibilidad alienígena

I

Escribí la palabra culigiala, de obvio fetichismo, en el buscador de imágenes de Google y, aturdido por el abundante vacío de la oquedad en abundancia, pasó desapercibido el hecho de que un automatismo sin creatividad, inteligencia, imaginación o criterio había "corregido" la palabra por colegiala. Entre la plétora de repeticiones con mínimas variantes, una imagen en particular detuvo la mirada, capturó la inercia: no había nada especial en ella, salvo acaso la monótona confirmación de que un segundo es idéntico al anterior y parece que fuera el primero y que no pasara el tiempo... También las colegialas orientales son réplicas, están hechas a molde: la muchacha yacía con las piernas abiertas y los brazos yertos sobre un sofá; sus ojos de venado parecían hipnotizados y una expresiva ausencia de vida en su rostro aparentaba, según el primer cálculo del instinto machista, fingida indiferencia al levantamiento de la minifalda, ornamental de por sí, para dejar a la vista un triángulo blanco. "Soy tuya", podía interpretarse tal pasividad, como una entrega de su voluntad a la de otro, pero ella no decía eso ni algo semejante, pues yacía literalmente; su cuerpo de piel impecable, con calcetas hasta las rodillas y la camisa desabotonada, estaba muerto...

II

El adorable personaje que encarna la adorable Winona Ryder en Alien: Resurrección, de Jean-Pierre Jeunet (Amélie, Amor eterno...), resulta ser androide, y entonces la astronauta personificada por Sigourney Weaver comenta, palabras más o menos: "Ahora entiendo por qué eres tan humana", o "ya me parecía que eras demasiado humana". En Inteligencia artificial, proyecto originalmente del maestro Stanley Kubrick realizado por Steven Spielberg con la millonaria y fastuosa mediocridad que lo caracteriza, el personaje infantil que interpreta Haley Joel Osment descarga su ira contra una réplica hasta dejarla hecha añicos, como quien hace pedazos un espejo; no sé qué fibras toca ese instante culminante de la actuación del niño, pero nomás de recordarlo vuelvo a sentir un nudo en la garganta; la idea de que los androides tengan reacciones inconteniblemente violentas al descubrir que su condición humana es mentira, que ellos son los primeros en el engaño y los últimos en salir, me parece genial. Blade Runner, del desigual Ridley Scott, que antes había dirigido Alien, el octavo pasajero, marcó la pauta en el mismo sentido existencial: al saber que su tiempo no dura más que una vida humana, los replicantes se rebelan contra sus creadores y los matan, pero uno de ellos, concebido como "objeto de placer sexual para hombres", descubre que no tiene vida propia, que sus recuerdos son más bien injertos de un pasado ajeno, escenas de la infancia del fabricante, y entristece, cae trágicamente al abismo de la depresión, se hunde con sensible fragilidad en el pantano de la melancolía. "También tus lágrimas son falsas", le informa el humano real, cuya misión es destruir a los replicantes fuera de control, pero se enamora del "objeto", pretendida personificación de la perfección femenina, y ambos escapan de la tierra; el final suprimido por el director en la versión definitiva de la película es una vista en movimiento desde arriba de las nubes con la voz de Harrison Ford en off, diciendo que su jefe (Edward James Olmos) se había equivocado, pues ella (Sean Young) no tenía fecha de caducidad.

Inteligencia artificial, concebida por Kubrick y parida por Spielberg, plantea un futuro en el que la robótica sustituye a la humanidad, que recurre a tal opción, por ejemplo, cuando una pareja no puede tener hijos naturales; entonces compra y adopta uno artificial con las características de su elección y, si no le gusta, lo desecha, ignorando que ese hijo sufre y tiene sentimientos humanos porque está programado para eso.

III

Hace unos 25 años supe que Japón, un país destruido, masificado y vertiginosamente industrializado, que ahora compite por el primer lugar del mundo en suicidios, fabricaba muñecas de apariencia humana como objetos de placer para hombres. "Es un síntoma de soledad colectiva", pensé entonces, y años después lo asocié con las llamadas hot lines, antes de la proliferación de enlaces personales para fines sexuales en internet y las más recientes redes sociales. Al leer un texto en el que hablo del mismo fenómeno hace seis años, mi mamá comentó que también en Japón -a donde viajó una vez- hay personas que, al pie de una esquina, esperan a que alguien les pague por escuchar, pues no falta quien requiere de semejante atención... Sex doll, es el nombre de la moderna "muñeca inflable", tan humanizada que la póliza de garantía prevee su entierro o incineración junto con el dueño en caso de que éste muera. Cuando el producto era noticia, incluía la posibilidad de elegir un determinado aspecto físico, entre cuyas opciones la más solicitada era una réplica de Marilyn Monroe. Por lo que veo ahora en internet, la apariencia prototípica de una sex doll, también llamada love doll, acaso porque sirve para "hacer el amor", es de colegiala, o sea, menor de edad, para escándalo de la decencia y las "buenas costumbres". Supongo que sigue siendo aplicable la ley de cada país respecto a la edad, pero que, si en la vida real tenemos relaciones sexuales unos cinco años antes de la "mayoría de edad", lo mismo sucede en la vida sexual de las muñecas.

IV

Un dibujante (pésimo en comparación con mis posibilidades fuera de práctica) trabaja por encargo: alguien describe como puede sus fantasías sexuales y él las dibuja, las plasma en imágenes; así de simple, a diferencia de la complejísima laboriosidad o laboriosa complejidad de mis laberintos imaginativos, propios de un novelista en ciernes o reprimido. Mi vida ha sido tan frustrante que he dedicado más tiempo del imaginable a imaginar, por ejemplo, un mundo en el que no existan hombres, solo mujeres, y viceversa. Misántropo y solitario por naturaleza y antonomasia, cada vez más intolerante, si pudiera elegir, lo haría sin dudarlo por el de las mujeres y, en vez de ser colibrí, asumiría el rol más femenino, a saber, el de mayor capacidad física y mental, más alma y belleza... He dedicado mucho tiempo a imaginar mundos radicalmente distintos a la porquería que tenemos; también he cambiado toda mi vida personal, pero nomás en la imaginación. Un dibujante puede aproximar la fantasía (erótica o no) a su concreción o solidificación, por usar un término monsivaisiano, aunque se trate siempre de fantasía y jamás de realidad. En vez de pensar algo tan simple como dibujar por encargo, lo que seguramente sería un trabajo sucio por carecer de otras formas de expresión, me he cachondeado con las mejores aportaciones del cine, más que literarias, al imaginario individual, como la del reloj que detiene el tiempo del mundo mientras uno sigue andando (sería peligroso usarlo dentro de un vehículo en movimiento) o la del transmisor sensorial de experiencias ajenas. Me resulta inexplicable que ideas tan geniales no hayan sido exploradas más allá de una película por invento. En cambio, la idea de volar por los aires abunda, no solo en el cine, quizá porque no requiere de gran esfuerzo mental, o la de saltar de un tiempo a otro, la de ser invisible o inmortal, la de prever el futuro... En fin. ¿Y la posibilidad de vivir experiencias que tenemos negadas en la realidad, transmitiéndolas al cerebro y de ahí a todo el cuerpo, como quien escucha música o cualquier otro sonido con unos audífonos? ¿Será posible semejante milagro en la vida real?

V

Si algo hace a la humanidad es su capacidad destructiva; simultáneamente al aumento de esa destructividad, la humanidad avanza en su propia sustitución por la tecnología. La inteligencia artificial supera la capacidad mental ordinaria, básicamente en memoria y procesamiento de información. Al darle apariencia humana, el hombre crea un ser a su imagen y semejanza: el androide, cuyo nombre excluye a la mujer, salvo acaso como simple objeto de placer; entonces es llamado también RealDoll (okay?) y sus funciones tienen poca relación con la inteligencia: vibrar y segregar uno o más líquidos en respuesta a la penetración genital, emitir sonidos que imitan el gemido y la respiración agitada... Para satisfacer diversas fantasías eróticas, entre su variedad, el mercado sexual ofrece muñecas de apariencia intelectual, pero nomás de apariencia; lo demás está de más y, además, es lo de menos.

Si antes me enteraba de estas cosas por televisión, ahora lo hago por internet. Antes de sacar la televisión y hasta la radio de mi vida, supe de un juguete para niños, un muñeco al que le salían lágrimas y lagañas por los ojos, cerilla por las orejas, mocos por la nariz y saliva por la boca, además de sudar por las axilas y los pies, orinar por el pene y echar gases y caca por el recto.

VI

Ante la necrófila impresión de que la colegiala oriental estaba muerta como una forma de poner su cuerpo a disposición de quien lo deseara, mi biofilia disidente amplió la imagen en una aproximación a sus ojos, y finalmente advertí que no era una foto, sino una imagen en tiempo real, cuando una lágrima negra surcaba el pálido rostro.

[] Iván Rincón 9:09 AM

Junio 30 de 2010

Sobre Carlos Monsiváis

(Parecía un lector atento, pero nomás lo miraba)

Recibí un mensaje de Carlos Monsiváis, adhiriéndose al pronunciamiento sobre la Cineteca Nacional. "Lamento el tiempo que te hice perder", escribió. "Lamento -respondí en justa correspondencia, como corresponde a un corresponsal responsable- haberte atosigado con esa petición, en vez de alentarte para que superaras el difícil trance". Un espacio de silencio me permitió interpretar su ademán imaginario: ¡Bah! "Yo lamento que hasta ahora me tutees", dijo. "También lamento escribir tres verbos juntos", agregué. "¡Eso importa un rábano! -exclamó- Lo verdaderamente lamentable es que te avergonzara mi confianza de sonreír y decir hola; no fueran a pensar que tuvimos..."

-¡Basta de lamentos! ¡Pórtese machito!

Si algo quería Monsiváis que supieran sus biógrafos es que lo echaron de una cantina a patadas por pedir un baso de leche.

Una vez que lo entrevistaron en televisión, el entrevistador le preguntó a qué se debía su estilo barroco y él respondió que la primera tentativa del Creador fue hacerlo catedral, pero se arrepintió y decidió hacerlo persona. El entrevistador le preguntó hasta cuándo seguiría escribiendo y él respondió: "Ahora que está de moda la sociedad civil, cuando publique un desplegado a toda plana en La Jornada con muchas firmas, pero que sean reales, no apócrifas, pidiéndome que no escriba ni una palabra más, porque ya está harta de mí". El entrevistador le preguntó a qué se dedicaría entonces y él respondió: "Escribiré con seudónimo, porque también tengo derecho a burlarme de la sociedad civil". Supongo que su labia y agilidad mental eran aparentes y que había pedido por escrito las preguntas antes de la entrevista. En cambio, una vez llegó Lorenzo Meyer con unos tragos adentro a la presentación de un libro en la que participaba Monsiváis y, entre otras ocurrencias etílicas, el historiador comparó al PRI con el Mago de Oz y dijo que no existía, que era solo una idea. En su turno, Monsiváis reviró: "El PRI es una idea, pero con tantas extensiones en líneas distintas y equidistantes, con tentáculos corporativos tan multitudinarios y tantas ramificaciones presupuestales que más bien parece todo un sistema filosófico".

El Primer Congreso Nacional del PRD eligió un Consejo Nacional encabezado por Cárdenas, López Obrador, Monsiváis y Gilly, en ese orden, antes que Muñoz Ledo, Heberto Castillo y otros políticos de carrera. Monsiváis y yo nos saludamos en el receso a la entrada del cine donde tenía lugar el acto inaugural, y comenté: "Es un congreso campesino - asamblea universitaria". Él pensó hasta que la cabeza echó humo su propio comentario: "Es la concurrencia de nuestra cultura política". El reportero con quien yo hacía equipo, un tal Mario Rivera, comentó a su vez: "Por lo visto, sintió que tenía la obligación de superarte con una frase genial". Elisa Ramírez, cuyo libro sobre la vida de Jack London fue presentado por Gilly y Monsiváis, dijo después en su casa: "Monsiváis cree que tiene la obligación de ser siempre genial y se esfuerza tanto que termina agotado". La coincidencia respondía por su parte a que Gilly bebió cerveza con nosotros al terminar la presentación, mientras que Monsiváis prefirió la fría soledad de un Vips. "Qué raro personaje", opiné. Vaya que lo era: su esforzado ingenio, que hacía pasar por genialidad, tenía un costo muy alto para su cuerpo descuidado, que nunca hizo ejercicio, y de ahí la debilidad ósea, la dificultad respiratoria y otras disfunciones; el abandono propio acabó como suele acabar lo que acaba: acabado. La frase "acumulación de olvido" que, además de "gloria pretérita", hice mía, bien puede referirse a la salud física de su autor ante el espejo metafórico de las primeras fotografías tomadas en Juchitán de Zaragoza y el Istmo oaxaqueño (libro reliquia con prólogo suyo). El maestro del sarcasmo y la retórica abigarrada nunca tuvo coche ni aprendió a manejar, pero al parecer este dato anecdótico para sus biógrafos tampoco lo hacía caminar suficiente para mantener activa la circulación de la sangre y lubricadas las articulaciones del esqueleto: a los cincuenta años de edad, según la voz que yo escuchaba desde su atiborrada sala, sentado en un sillón con libros y pelos de gato, despertar era un suplicio. "Supongo que está muy ocupado en estos días", le dije; eran los días del fraude electoral que hizo presidente espurio de México al Chupacabras. "Es un rollo mental", confesó.

Carlos Monsiváis era el típico intelectual antiatlético, antítesis del guerrillero... Ahora pienso que debí terminar mi primer libro antes de que su presentador o escritor del prólogo fuera "gloria pretérita". Y me pregunto por qué, mientras Elena Poniatowska vive en Coyoacán, cerca de San Ángel y Miguel Ángel de Quevedo, Monsiváis residió toda la vida en la zona más populosa de Portales, cerca del mercado. ¿Era masoquista? Otro dato anecdótico para sus biógrafos es que fue presidente de la Junta Vecinal. Cuando yo lo visitaba, él vivía con su mamá, por cierto, a quien jamás conocí en persona, aunque una vez hablé con ella por teléfono. También me pregunto qué fue de su inmensa colección de historieta o cómic. En la pared aledaña a su escritorio había dos cartones de Naranjo enmarcados con dedicatorias y el cronista de México más protagónico de nuestro tiempo como tema; en ese escritorio, Monsiváis redactaba sus textos a mano, mientras una secretaria pasaba los borradores a máquina y después el escritor hacía correcciones, siempre a mano, sobre la versión mecanografiada; esta metódica dinámica parecía tener algo de compulsivo y frenético, y después se adaptaría sin cambios sustanciales a la era de la computación y la comunicación electrónica.

-¿A quién pongo en el consejo editorial? -le pregunté a Gustavo García, principal asesor en mi primer proyecto de revista. "¡Pon a Monsiváis! -contestó- Para que no se enoje". Ese día conocí en la cafetería de Gandhi a Ramón Ojeda, quien se presentó con una semblanza profesional y política, y dijo aborrecer el estilo indirecto de Monsiváis para decir las cosas, con pretendida ironía. "En vez de tanto rollo, es mejor a veces una mentada de madre". Y ahí sigue Ramón, repartiendo congruentes mentadas de madre, mientras que Monsiváis partió sin dejar de ser imprescindible, a pesar de sus años en decadente ruina, quizá desde el golpe de Estado terrorista y paramilitar a la UNAM, cuando abusó tanto del Correo Ilustrado que ofendió al público y empecé a detestarlo (a Monsiváis, más que al detestable Correo Ilustrado). Por primera vez, una iniciativa mía no contaba con su firma y Socorro Valadez la censuró sin explicación alguna. Quizá Monsiváis nunca dejó de ser imprescindible por la mediocridad característica de las siguientes generaciones intelectuales en México...

Solterón empedernido que no tuvo hijos ni salió del clóset, abstemio y paradójicamente solitario, más huraño que sus gatos, Carlos Monsiváis fue y seguirá siendo personaje irrepetible y referencia insoslayable, menos por su prolífica obra que por la excentricidad y extravagancia de su personalidad, a despecho de grandes y pequeños detractores, que lo han catalogado como un crítico del gobierno toda la vida becado por el gobierno. La obra por fin será conocida tras la muerte del autor, que era su mayor competencia, aunque son demasiado probables los retrasados mentales que optarán por lugares comunes como la crónica más anacrónica sobre el Ayuntamiento Popular de Juchitán; ese texto, que idealiza conscientemente a la COCEI, membrete de un movimiento regional desde hace décadas pulverizado, está publicado por lo menos en dos libros y dos revistas, y Elena Poniatowska escribe anclada todavía en aquella época.

"Por lo menos yo leeré a partir de ahora todos tus libros y demás textos, con excepción de la crónica idealización, a ver si logro que, ante la presencia del espíritu en ese gran legado, tu ausencia física sea lo de menos, al menos para mí", anuncié sin disimulo de un frustrado y rencoroso afecto. "Vaya necrofilia tan vitalizada la tuya -dijo-, que hace amistad con los muertos y enemistad con los vivos", a lo cual respondí: "Entre tanta imbecilidad identitaria y miseria humana en muerta oposición a la vida, más que necrofilia, se trata de soledad, aislamiento hasta el extremo de un ermitaño en la ciudad".

-En eso me superas -comparó el difunto, y mi oscura mirada quedó en blanco...

[] Iván Rincón 11:24 PM

Junio 19 de 2010

A tu salud, Monsi: ¡Pórtate serio!

Aunque previsible, la muerte de Carlos Monsiváis me consterna, me obsesiona y desvela, quizá porque sus problemas respiratorios coinciden cronológicamente con los de cien niños menores de cuatro años que sobrevivieron al infierno de la guardería ABC en Hermosillo, Sonora, hace más de un año y no han recibido atención médica del IMSS. Quizá la insuficiencia respiratoria que mató a Monsiváis es la forma en que moriría yo por estos días, como lo habría sido un derrame cerebral o infarto al cerebro cuando murió Emilio Evergenyi, a quien consideraba en franco declive como locutor sin conocer su estado de salud; cuando entró en coma Emilio, yo escribía que perder la memoria es morir mentalmente y que es preferible la muerte biológica. La agonía de Monsiváis coincide también en el tiempo con un esfuerzo por procesar mi acumulación de rencor al Instituto Nacional de Psiquiatría, en donde parece que no hay nadie capaz de entender la palabra contaminación y que todos la confunden con algún "trastorno obsesivo compulsivo". Durante dos años he padecido esa epidemia en un Instituto que, además de llamarse Instituto, se dice Nacional y, por si fuera poco, de Psiquiatría. ¡Vaya paradoja! Lo bueno es que ya empiezo a sospechar, y es un avance, que si en dos años no entienden esa palabra, tampoco lo harán en una década ni en dos, y que el síndrome del IMSS, normalidad en descomposición, es la normatividad en el sistema de salud mexicano. ¿Estaría capacitado el Instituto Nacional de Nutrición para atender la enfermedad del finado cronista, quien convalecía en ese otro manicomio mientras yo entraba y salía por varios análisis y los médicos fumaban en los accesos, obstruyéndolos tranquilamente?

No recuerdo si conocía personalmente a Monsiváis cuando escuché su participación en un programa de Radio Educación hace más de 20 años; si algo llamaba mi atención entonces era la sonoridad de su respiración, que saturaba el aire; parecía sofocado por una gran obesidad y que subiera escaleras o hiciera un esfuerzo físico escarpado. Nos conocimos en un auditorio (por cierto, el único donde he sido ponente) de la Facultad de Filosofía y Letras de la UNAM al término de un homenaje a Carlos Pereyra, quien había muerto días atrás; le regalé dos ejemplares de la revista Ollinmecah y le pedí una entrevista para la tercera edición; me dio su número telefónico para concertar el asunto y, aunque me concedió la entrevista, nuestra relación terminó 21 años después como empezó 21 años antes: con marasmos absurdos por su desproporción y pérdida exasperante de tiempo. Al conocer el tema de la entrevista, comentó: "No pides nada. Mejor me das un cuestionario de tres preguntas y el tiempo necesario para pensar las respuestas; no puedo pensar en voz alta sobre la modernidad; yo no soy Gilly". Además del cuestionario, sus respuestas me costaron muchas llamadas telefónicas y visitas a su casa; me recibía siempre otra persona porque don escritor seguía en cama; yo esperaba en una sala con montañas de libros y revistas, y una mesa repleta, entre otras cosas, de invitaciones a mesas redondas sobre temática gay, a la inauguración de un lugar gay, a obras de teatro gay... y, mientras lo esperaba, él contestaba el teléfono con voz grave, de sueño y dificultad respiratoria, como de fumador con sobrepeso; al fin salía y su actitud conmigo era distinta: "Ay, perdón, soy un desastre". Nomás le falta el camisón, pensaba yo, pero su vergüenza parecía ser auténtica y una vez, al despedirme, tomó el primer libro que tuvo a mano de un promontorio y me lo regaló. "Es un libro chistoso", dijo. No recuerdo al autor, pero el prólogo era suyo...

Mi escuela de periodismo fue el semanario y bisemanario 6 de Julio, considerado "órgano de difusión del PRD" por ambigüedad del director, Gerardo Unzueta; la época en que fui reportero de base coincidió con el segundo informe de Salinas en el Palacio de Bellas Artes; mientras esperaba que me permitieran entrar, llegó Monsiváis muy serio y en seguida un reportero a preguntarle qué opinaba del operativo montado con motivo del informe, a lo que Monsiváis contestó: "No tengo nada qué opinar sobre este homenaje del régimen a sí mismo". Entonces decidí leer su crónica antes de escribir la mía y, si no reproducía su comentario, lo haría yo. Una vez adentro, nos encontramos en una sorprendente sala de prensa con circuito cerrado de televisión, sin acceso al auditorio. Monsiváis vestía un suéter amarillo (¿cómo olvidarlo?) y se desenvolvía sociablemente con singular confianza y buen humor; había dejado la seriedad en la entrada. "¿Qué hay de nuevo?" -me preguntó. "Que nos redujeron a la calidad de televidentes", le respondí. Al día siguiente, leí su crónica, en la que no repitió lo del homenaje del régimen a sí mismo, sino "que nos redujeron a la calidad de televidentes", así que yo también le robé la idea y quedamos parejos, pero Unzueta me la robó a su vez, quitándola de mi crónica y poniéndola en su artículo para El Universal, con la diferencia de que escribió "un homenaje del régimen para sí mismo", en vez de "a sí mismo". En fin. Cada quién saca el ingenio de dónde puede.

Hace un año, cuando recabé las firmas para demandar que se vayan todos al carajo de la Cineteca Nacional, llamé a Monsiváis luego de enviarle por correo electrónico el texto, y contestó enfermo; su complicación respiratoria prácticamente le impedía hablar, pero decía: "Llámeme al rato, en la tarde". Llamaba yo en la tarde y me decía: "Mañana". Llamaba yo en la mañana y él exclamaba: "¡Ay! Llámeme al rato, en una hora". Perdí la cuenta de las llamadas cuando eran alrededor de veinte y me contestó su asistente; Monsiváis estaba hospitalizado en urgencias; le pregunté si había leído o no el pronunciamiento, si estaba o no de acuerdo, si contábamos o no con su firma. La espiral continuó con el asistente porque Monsiváis regresó a su casa, pero ya no contestaba. "Que llames en la tarde, que mañana, que a ver si al rato", hasta que le dije: "No vuelvo a llamar; si Monsiváis suscribe el pronunciamiento, que sea por correo electrónico". Y eso nunca ocurrió. Preferí darlo por muerto a seguir perdiendo tiempo con la burla sucesiva y sucedánea que había inaugurado nuestra relación profesional 21 años antes y que hirió sensiblemente mi autoestima. El rencor inhibió un mensaje que pensé escribir después de preguntarle cómo seguía y escuchar su voz decrépita: "Ahí voy". ¿A dónde? La respuesta era obvia y todos intuimos la muerte, su proximidad negada en la inminente oscuridad, pero quizá también la coincidencia en las edades de Monsiváis y mi papá concurre en la consternación. Todavía no es hora de morir, pensé decirle, palabras más o menos; es hora de vivir; todavía están por escribirse muchos libros con prólogos de Monsiváis porque sus autores importan un carajo; todavía falta mucha ironía de agudo filo, mucho sarcasmo de filoso descuartizamiento para hacer pedazos y retazos al sistema social, como Jack el destripador, para hacer crítica y denuncia mordaz, para medir el repunte de la descomposición política y su autoritarismo, para documentar nuestro optimismo...

Hubo un momento en que solo dos personas me hablaban de usted: Rosario Ibarra y Monsiváis; ella y yo nos tuteamos desde su memorable llamada con la intermediación de una hija desde Monterrey. Monsiváis siguió hablándome de usted, salvo esporádicas ocasiones, supongo que por mantener esa distancia llamada estúpidamente "respeto", pero aceptó adherirse al pronunciamiento que redacté contra el genocidio y la barbarie imperialista sin leerlo antes, se pronunció también contra el encarcelamiento de Gerardo Cifuentes y Epigmenio León cuando se lo pedí, y de paso dio un jalón de orejas a los imbéciles que demandaban su liberación por ser escritores. "Que los liberen porque son inocentes, no porque son escritores".

Vaya pues. Una profunda sensación de ambivalencia invade mi despedida. Ha muerto el "genio despeinado" al que las dificultades respiratorias no obstaron para seguir acariciando gatos. Desde hace décadas hacemos camino en la ruta de la demolición de edificios corruptos a fuerza de palabras, de crítica tan destructiva que hace temblar a los tiranos, tambalear y caer sus tiranías. Seguiremos adelante... ¡hasta siempre!

[] Iván Rincón 10:22 PM

Junio 5 de 2010

Un año de luto nacional

Hermosillo, Sonora, 5 de junio, 14:45 horas. Alguien prende fuego a la bodega de la Secretaría de Hacienda estatal, y el incendio se expande al local contiguo, una estancia infantil subrogada por el Instituto Mexicano del Seguro Social (IMSS) con todas las condiciones para que también arda en llamas a la menor provocación y mueran calcinad@s sus ocupantes. Dentro de la guardería
-así llamada porque guarda, como si fuera otra bodega, seres humanos- están hacinad@s 150 niñ@s menores de cuatro años; el personal que l@s atiende no es suficiente para ponerl@s a salvo, fuera de la trampa mortal; de hecho, no es suficiente para nada, pues tampoco está capacitado; no hay salidas de emergencia ni ventilación; el techo no es concreto, sino láminas cubiertas de plástico (economía cara) que hierven y caen sobre los vulnerables cuerpos de criaturas vulneradas; 49 mueren luego de sufrir, en los peores casos, una insufrible agonía de varios días; más de la mitad tenía menos de tres años; 75 tienen ahora marcas físicas y mentales para siempre, y alrededor de cien -l@s sobrevivientes en general- padecen todavía de angustiantes problemas respiratorios (fibrosis pulmonar, que requiere de tratamiento especial durante los primeros nueve meses), pues estuvieron expuest@s a gases tóxicos y no han recibido atención médica; el "diagnóstico" del IMSS -continuación de su negligencia criminal-
es que se trata de una simple alergia, una tosecita o algo así, nada grave; simple alergia con sangrados, mareos y desmayos, entre otros síntomas preocupantes, además de los gritos dormidos y las nebulizaciones dos veces por día, pues la guardería operaba, por si fuera poco, junto a una vulcanizadora y pensión en frente de una gasolinera. No conforme con la muerte violenta de 49 niñ@s, el IMSS apuesta, un año después, a que mueran por desatención 49 más (ya le gustó el número) para que dejen de ser una carga de por vida; entre sus gélidos cálculos no existe la opción humanitaria de salvarl@s porque es materialmente más barato matarl@s. De ahí que los padres y las madres de est@s niñ@s recurran a una colecta nacional urgente que haga posible su atención en hospitales de Cuba y Estados Unidos.

El incendio del 5 de junio representa la culminación de una tragedia mayor: la deshumanización de un sistema, público en los dichos y privado en los hechos, que tiene de hospitalario lo mismo que una cárcel y de salud lo mismo que una cámara de gases. No conforme con haber abandonado una de sus obligaciones, dejándola en manos de gente sin principios, nomás fines de lucro, lo primero que hizo el IMSS ante la crisis fue un mórbido intento de ocultar los cadáveres y desinformar a las madres y los padres, además de (algo que ha tenido poca difusión, no obstante que supone una constante) desatar su compulsión frenética por mutilar brazos y piernas a diestra y siniestra, carnicería que detuvo a tiempo un médico externo. Como si esta barbarie tampoco fuera bastante, aparecieron "familiares" falsos con declaraciones a los medios de comunicación por iniciativa de las "autoridades" locales, al parecer esquizoides.

La pesadilla del 5 de junio, «día de luto nacional» por decreto del poder genocida, culpable de la desgracia, que sigue asesinando niñ@s y destruyendo todo cuanto puede, ha cumplido un año sin conclusión, sin justicia ni cambios para que jamás ocurra lo que nunca debió ocurrir ni había ocurrido en ningún país del mundo. No conforme con su criminal desastre, la misma pandilla ofendió, con el cinismo que la caracteriza y una exasperante falta de sensibilidad y respeto a la vida, tanto la memoria de las víctimas y el dolor de las familias como la dignidad que haya en México y más allá de las fronteras, al permitirse un año de impunidad, un año de simulacros y farsas judiciales, simulaciones y montajes que no engañan a nadie, un año de otorgar amplias facilidades a los asesinos seriales para que sigan libres y campantes, como si nada, sin una declaración al respecto por parte de Calderodes o de perdida su esposa, que hasta ahora hablan selectivamente a puerta cerrada, previa exclusión del Movimiento por la Justicia 5 de Junio, con padres y madres deudos, y salen con la burla del viaje a Hermosillo y el decreto de última hora, no sin antes enviar a Fernando Gómez-Mont, secretario de Gobernación, a dar un avance de la táctica tardía: culpar al anterior gobierno priista de Sonora y dejar intacto el meollo del asunto, que es la figura ilegal por anticonstitucional de subrogación, pues el Estado se repliega en sus responsabilidades (la prestación del servicio llamado guardería en este caso) cuando cede y concede a particulares, sin licitación pública, su privatización discrecional; desde 1997, unas mil 500 estancias infantiles anteriormente del IMSS pasaron a ser negocio de gente asociada con el poder, que las maneja como changarros en condiciones de alto riesgo para l@s bebés, que importan un carajo a la mentalidad capitalista en sus cálculos de ganancia material. Si antes de la reforma neoliberal a su ley reglamentaria, el IMSS era considerado como "socialista", hoy es un símbolo de la barbarie y la degradación de las relaciones humanas bajo el capitalismo; su acumulación de vicios y desviaciones aberrantes derivó en la tragedia culminante hace un año, que destapó la cloaca de podredumbre y puso al descubierto la polarización de este país, como las elecciones federales que perdió Celderodes.

El 5 de junio es día de luto nacional, como todos los días de la vida que la dictadura del dinero mata. La descomposición encarnada por la mafia trasnacional que usurpa el "gobierno" de México a sangre y fuego hace del capitalismo en su fase actual un sistema social tan caduco, anacrónico y obsoleto que, además de la producción y reproducción de la muerte, sirve acaso para engordar cerdos y parásitos. Si logramos justicia en el caso que nos ocupa, algo habrá empezado a cambiar en México radicalmente; valdrá la pena inclusive morir si es necesario para dar el primer paso a la construcción de un mundo nuevo, en donde nuestros hijos vivan a salvo del infierno...

[] Iván Rincón 9:38 PM